Kotantín Rokososki era un joven gato nacido en las tierras de un imperio que no hace mucho tiempo dejo de existir. Fue reconocido por los rebeldes y enviado a la escuela militar para pasar a ser del ejército de su nueva nación, debido a su voluntariado en el sublevado ejército azul, en la batalla que terminó con la caída del régimen. Una vez dentro, conoció a grandes oficiales, como Piev Perrov, un viejo perro que tras largos años en servicio fue ascendido; y a Gorgi Zukob, otro gato, aunque este era seguidor de la vieja doctrina y ser terco. Esto era algo que Kotantín quería cambiar ya que, según él, no había espacio para mentes así en el nuevo cuerpo.

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Al igual que muchos oficiales, Kotantín quería llevar al ejército a un nuevo tipo de guerra. Pero para ello aún tenía mucho que aprender. De ahí que, una vez se graduó, empezó a organizar un viaje a las lejanas tierras del oeste, junto a los oficiales Piev y Gorgi. Sabiendo que sería un largo viaje, aprovecharía de, por fin, hacer cambiar de rumbo al segundo mencionado.

Obtener los permisos y los documentos necesarios fue una de las tareas más tediosas que tuvieron que realizar: largas filas e interminables papeleos que hacían parecer como lindas vacaciones a los duros entrenamientos de los reclutas. Los demás preparativos, como ordenar sus pertenencias y despedirse de sus otros camaradas, fueron sus últimas acciones antes de tomar el tren rumbo a Prumania.

Ahora que, por fin, estaban en el tren, Kotantín y Piev buscarían hacer cambiar de opinión a su terco camarada. Ambos le darían cuenta de las varias fallas dentro de la antigua doctrin. Aun así, Gorgi seguía creyendo ciegamente en esta. Afortunadamente, y para mala suerte de otros pasajeros, el tren se detuvo muy cerca de un lugar que el joven Rokososki reconocería: Palenia, lo que fue su ciudad natal. Invitó a su camarada gatuno a bajar y recorrer esas tierras con él.

Mientras se acercaban al solitario lugar darían inicio a una charla:

– ¿Por qué me traes a aquí, joven? – preguntó Gorgi.

– Aquí fue donde me críe – respondió Kotantín.

– ¿Aquí? Solo veo edificios destruidos, un simple pueblo fantasma. No entiendo como alguien pudo haber vivido aquí – comentó, confundido.

– Sí, yo tampoco me lo imagino. Pero antes de la guerra era un pueblo sencillo, sin valor estratégico. Deberías de saber el porqué está así.

– No, no lo sé.

– Fue por la doctrina que tanto defiendes.

– No veo que tiene de malo la retirada en profundidad.

– Lo sé, militarmente es buena, pero no cuando se trata de civiles. Los hace abandonar sus casas, si tienen suerte pueden llevarse sus cosas consigo. Yo no fui uno de esos afortunados.

– Los antiguos oficiales eran incompetentes y corruptos; cayeron por su ego y avaricia. Se evacuaba a los civiles para evitar que el enemigo se desquitara con ellos, y lo ideal hubiera sido realizar rápidamente una contraofensiva. Pero nunca se preparó una. Esos ineptos estaban demasiado ocupados contando el dinero que habían conseguido en el mercado negro tras vender todos los insumos médicos y las reservas de munición – Gorgi soltó una pequeña risa –. No se dieron cuenta de que le vendieron todo a nosotros, los rebeldes. Sin esa contraofensiva el ejército imperial se fue abajo junto al imperio.

– Y ahí fue cuando la revolución empezó – agregó Kotantín.

– Así es, este pueblo solo fue una víctima de esa corrupción. Y levantarse no ha sido fácil. Por eso estas tierras no han vuelto a ser habitadas. El gobierno es más joven que tú. Por eso debemos ayudarlo dentro de lo posible, para que esté preparado en caso de entrar nuevamente en algún conflicto. – Se detuvo para sacar y observar una foto, sin dejar a su camarada verla. – Comprendo que la retirada y la defensa no son las mejores tácticas. Pero de esa manera podríamos contraatacar a un enemigo en su momento más frágil, durante su ataque. Si ellos hubieran estado conscientes de eso, no estaríamos teniendo esta charla entre nosotros en medio de las ruinas de nuestro pueblo.

En ese entonces, Kontantín comprendió que Gorgi no era un viejo terco creyente de las viejas doctrinas, sino que él sabía cómo sacarle el máximo potencial a estas que nunca fueron bien empleadas. Un mensajero llego a interrumpir la caminata. El tren está listo para partir. Al volver al tren, el joven gato le conto a Piev lo que aprendió en la charla por el pueblo, quedando Perrov tan sorprendido como él.

El viaje se reanudo y no volvieron a insistir con cambiar a Gorgi. En su lugar, el viejo oficial se dispuso a enseñarles todo lo que sabía, lo cual les llevaría todo lo que quedaba de trayecto. Esos conocimientos le servirían para compararlos con la doctrina del país vecino del oeste, Prumania, donde les esperaban nuevos aprendizajes.

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Autor

Nicolás Clavijo Escobar
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Estudiante de Derecho segundo año, creador de contenido para Las aventuras del mismo gato.

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