Las causas de la Gran Guerra (1914-1918) “rivalidades que matan”

La Primera Guerra Mundial, tradicionalmente en cuanto a la acción que la detonó se ubica con la muerte del Archiduque Francisco Fernando (1863-1914), heredero al trono del Imperio Austro-Húngaro en Sarajevo, capital de la Provincia de Bosnia y Herzegovina, en el mes de junio de 1914.  No obstante, la muerte del príncipe fue la excusa perfecta para que las naciones más desarrolladas de Europa Occidental, junto con imperios de Europa y Asia en decadencia (aunque todos con potencial militar en mayor o menor grado), se lanzaran al conflicto bélico más mortífero que el hombre moderno había presenciado en siglos: nacionalismo exacerbado, carrera armamentista, rivalidad entre las potencias, crisis en zonas como los Balcanes o la África Colonial, etc., todos y cada uno de estos factores lentamente generaron las condiciones para que naciones prosperas, civilizadas y con sociedades que alcanzaban una plenitud nunca vista, se lanzaran sin pensarlo a una guerra que en 4 años destruyó una época forjada por más de 5 décadas. ¿Pero qué implicó la rivalidad entre las potencias?, ¿Cuál es el alcance de dicho fenómeno que orillo a gobiernos y sociedades a abrazar de manera entusiasta una guerra?

El largo camino de regreso para un soldado de la Gran Guerra

This image has an empty alt attribute; its file name is image.png
Mapa de Europa antes de la Primera Guerra Mundial. Obtenido de: https://elpais.com/elpais/2014/03/22/media/1395499982_667889.html

Francia y Alemania: una rivalidad de siglos

 Para entender la enemistad, y con ello la rivalidad entre el Imperio Alemán y la III República Francesa en 1914, hay que remontarse a siglos de guerras entre alemanes y franceses, fuesen en la época de la Galia como parte del Imperio Romano, los territorios de Carlo Magno, la Francia gobernada por los Monarcas, la Alemania unida bajo el Sacro Imperio Romano Germánico, la Prusia de Federico II “El Grande” o la Francia Napoleónica.

Los primeros antecedentes los encontramos en la época del Imperio Romano: “la Galia (que incluía la Francia moderna, Bélgica y partes de Alemania) fue conquistada por Julio César en la Guerra de las Galias (58-51 a.C.) y convertida en provincia romana” (Asimov, 2011, p.7). “Augusto, el primer “Príncipe” y fundador del Imperio Romano, dividió la Galia en 3 provincias: Galia Aquitania (ubicada en el centro y sureste de la actual Francia), Galia Bélgica (al sur de los actuales Países Bajos) y la Galia Lionesa (norte de Francia)”. A partir de este momento, las provincias galas con frontera por el oeste en el Río Rin, se convirtieron en las plataformas para las campañas bélicas contra los pueblos denominados “germanos” por los romanos, puesto que “los germanos no deseaban el establecimiento del fuerte poderío romano sobre la Galia. Teniendo en consideración la historia pasada de Roma, parecía casi seguro que luego Roma trataría de conquistar la Germania” (Asimov, 2011, p.10).

Dichas provincias fueron útiles en las campañas de los Generales Tiberio Claudio Nerón (futuro emperador) y su hermano Druso el Mayor (12-9 a.C.): “En el 13 a.C. Tiberio y Druso fueron enviados a la Galia para custodiar el Rin, pero hubo revueltas a lo largo del Danubio y Tiberio tuvo que acudir al escenario de guerra. Druso quedó sólo en el Rin y actuó bien:  En el 9 a.C. Druso llegó al Río Elba, a 400 kilómetros al este del Rin” (Asimov, 2011, p.11). Posterior a Druso, Roma emprendería desde las Galias varias campañas contra los germanos: Sobresalen las del General Germánico (sobrino del Emperador Tiberio) que fue enviado al Rin en el año 14 d.C., y “para tener ocupadas a las legiones, las condujo a Germania una vez más” (Asimov, 2011, p.11)  y la del Emperador Marco Aurelio durante las Guerras Marcomanas (165-169 d.C.): Asimov (2011) afirma que “Durante quince años, Marco Aurelio se agotó en una guerra con los marcomanos, marchando de un punto amenazado a otro, derrotando a los germanos para luego verlos levantarse”. (p59).  No obstante, con el declive del Imperio Romano en los Siglos III, IV y V, serían los germanos quienes lentamente se apoderarían de la Galia, hasta convertirla en un territorio propio.

File:Charlemagne and Pope Adrian I.jpg
«Charlemagne and the Pope». Hand-coloured print by Antoine Vérard. Archivo Iconografico, S.A./CORBIS-BETTMANN. Source information from Bridgeman

  Con la llegada de la Edad Media, surgió la figura de Carlo Magno, quien “ignoró los derechos de sucesión de sus sobrinos y se hizo con la totalidad del reino, emprendiendo su tarea de lucha en las fronteras” (History Channel (2012), p.149). Posteriormente “en el año 772 comenzaría la conquista de Sajonia, ya que consideraba que solo sometiéndola podría establecer la paz” (History Channel (2012), p.149). Jutlandia caería en sus manos en el año 779, la incorporación de Baviera la lograría en el año 778 y junto a otros territorios, lograría incorporar las actuales Francia y parte de Alemania en un solo imperio: “los años iniciales del Siglo IX fueron de nueva expansión militar y tuvieron por resultado el acrecentamiento de los territorios bajo soberanía carolingia. Esta ofensiva permitió a Carlo Magno incorporar en el año 804 todos los territorios germanos hasta el Río Elba, lo que suponía extender la frontera de la civilización europea más allá del Rin, donde los romanos la habían dejado 700 años antes” (History Channel (2012), p.156). La unión, sin embargo, no duró demasiado, puesto que “en el año 843, por el Tratado de Verdún, los nietos de Carlomagno se repartieron su imperio” (History Channel (2012), p.156), surgiendo los antecedentes territoriales de Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico.

El bombardeo a Dresde ¿Un crimen de guerra?

 Desde ese momento, entre Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico, surgirían tensiones políticas, militares y religiosas que se tradujeron en guerras en los siguientes siglos: Particularmente se enfrentaron en la Guerra de los 30 años (1618-1648) cuyo motivó implicó “un plan de Francia para arruinar a la Casa de Austria, restableciendo el equilibrio europeo” (La Guerra de los treinta años, 2015),  y la Guerra de los 7 años (1756-1763) donde “por medio del Tratado de Hubertusburg se confirmó a Silesia como posesión prusiana, convirtiendo a esta última en potencia europea (La Guerra de los siete años, 2015) . En el Siglo XVIII, con la Revolución Francesa en ciernes, vendrían más enfrentamientos entre ambas naciones: Prusia formó parte de la Primera Coalición que surgió para combatir la Revolución Francesa de 1789. Después de Austerlitz donde Napoleón destrozó a austriacos y rusos, “la preocupación de Prusia ante la creciente influencia francesa en Europa central en 1806 desencadenó la guerra de la Cuarta Coalición” (History Channel, 2009, p.340). Y en 1815, “Se organizó la Séptima Coalición, con Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia, dispuestos a terminar definitivamente con Napoleón (History Channel, 2009, p.377).

Con semejantes antecedentes, no es de extrañar que la unificación de los Estados Alemanes bajo la hegemonía de Prusia trajera como consecuencia la Guerra Franco-Prusiana de 1870-1871, que derivó en la formación del Imperio Alemán. Francia, dice Howard (2003) “seguía ejerciendo su dominio en lo relativo a riqueza y cultura, pero su política interior era altamente inestable. En política exterior, no se olvidaba ni perdonaba la anexión de Alsacia y Lorena por parte de Alemania en 1871 (p.14)”. De allí que, como dice History Channel (2013),

“Con el surgimiento de la III República, los eslóganes políticos más coreados por sus diversos partidos fue el de conseguir una guerra de revancha contra Alemania para recuperar los territorios perdidos. De ahí el nombre de “revanchismo” que se dio a esta corriente política”

(p.84).
File:Ottoengrave.jpg
Otto Von Bismarck, artífice del Imperio Alemán. Dominio publico. http://www.ssa.gov/history/ottob.html

Así pues, con el surgimiento del Imperio Alemán, se tenía por defecto la enemistad de la III República Francesa. El Canciller del Imperio Alemán, Otto Von Bismarck fue en todo momento consciente de que Europa no siempre había dado por supuesta la existencia de un Imperio alemán, y en el caso de Francia, sabía que no podría ganarse su amistad, ni siquiera conseguir una neutralidad en un conflicto bélico. De hecho, “él mismo fue el responsable de que el Imperio alemán naciera con la “enemistad secular” con Francia esperándole en la cuna (Haffner, 2006, p.9.), por lo que siguió con la premisa “dentro de Europa reinaba el equilibrio y fuera de Europa reinaba Inglaterra”. Bismarck nunca quiso dinamitar este sistema, tan sólo pretendió integrar en él un Imperio alemán unificado y poderoso (Haffner, 2006, p.9.).

La derrota gala. Razones y pormenores del fiasco bélico en 1940.

En consecuencia, tomando en cuenta la enemistad histórica y producto de la Guerra Franco Prusiana, Bismark desarrolló todo un sistema de tratados (tanto públicos como secretos) con diferentes potencias con un doble objetivo: mantener aislada a Francia (enemigo tradicional de Prusia) y lograr la indiferencia del Reino Unido hacia los asuntos continentales (History Channel, 2013, p.55). Lo logró mediante la Triple Alianza, formada por Austria-Hungría, Italia y el Imperio Alemán, y que se conformó de manera definitiva en 1882. Bismark además añadió un Tratado de Reaseguro con la Rusia Zarista en 1887: dicho tratado, expresa History Channel (2013) le garantizaba a Alemania que en caso de conflicto el imperio de los zares se mantendría neutral. Tuvo que ejercer una gran habilidad y asegurarse de que permanecería en secreto ya que las relaciones de Rusia eran muy tensas con Austria-Hungría (p.85). Para que el sistema funcionase a la perfección era necesaria, además que Gran Bretaña no se inmiscuyese en la política continental, y mientras estuvo Bismarck al mando, la política de Alemania no supuso en ningún caso una amenaza a los intereses británicos.


Rusia y Austria-Hungría: las monarquías decadentes en busca de territorios

Cuando comenzó el Siglo XX, en Europa Oriental existían dos imperios que abarcaban casi la totalidad de dicha zona: el Imperio Ruso, “temido por Gran Bretaña en el continente durante el siglo XIX, y cuya expansión hacia el sur y hacia el este amenazaba la ruta a la India a través de Oriente Próximo” (Howard, 2002, p.14); y el Imperio Austro-Húngaro, “formada en su totalidad por naciones sumergidas” (Howard, 2002, p.14). Ambas naciones para 1900 no pasaban por sus mejores épocas:

“El capitalismo y la industrialización llegaron a Rusia demasiado tarde, y por medio de expertos e inversiones extranjeras. A principios del Siglo XX, los zares gobernaban una población de 164 millones, compuesta por una mayoría abrumadora de campesinos emancipados de la esclavitud hacía apenas una generación”

(Howard, 2002, p.14).

Austria-Hungría por su parte, en 1867 se había transformado en una doble monarquía, “al garantizar a la nación sumergida más poderosa, los magiares, la semi-independencia en el reino de Hungría, que compartía con los “austriacos” alemanes en el poder tan sólo un monarca, un ejército, una secretaría de Hacienda y un ministerio de Relaciones Exteriores” (Howard, 2002, p.16)

La zona balcánica era objeto de ambas naciones. “Rusia tras su derrota en el conflicto contra los japoneses en 1904-1905, se volcó hacia el sudeste europeo” (Howard, 2002, p.15). En cuanto al Imperio Austro-Húngaro, los afanes expansionistas habían girado tras la guerra contra Prusia (1866) de los territorios alemanes a las zonas balcánicas, “retomando el expansionismo austro-húngaro que llevaba tres siglos en perjuicio del Imperio Otomano” (History Channel, 2013, p.85). En ese sentido, Austria-Hungría logró en el Tratado de Berlín de 1878 la administración de Bosnia-Herzegovina (que ocuparía tiempo después), así como concesiones en territorio del Imperio Otomano.

File:Berliner kongress.jpg
Congreso de Berlín – Anton von Werner.  13 Julio de 1878. Anton von Werner  (1843–1915)

La actitud austriaca respecto a los Balcanes provocó la furia de Rusia, aunque la rivalidad entre ambas naciones venía desde tiempo atrás: durante la primavera de las revoluciones del año 1848, el Imperio Austriaco estuvo a punto de sucumbir a la Revolución Húngara, “y la corona de Habsburgo se vio en la penosa necesidad de pedirle ayuda a Rusia” (Calcagno, 2019). El gesto, sin embargo, no fue correspondido por parte de Austria en la Guerra de Crimea (1853-1856), donde no intervino.

“Rusia, que creía haber salvado a la monarquía austriaca en 1849 y era una de sus más antiguas aliadas, consideró la actitud austriaca una traición; Alejandro II se vengó empleando la misma estrategia de neutralidad armada para estorbar el envío de fuerzas austriacas a Italia y escatimando el auxilio a los austriacos en la guerra que disputaron con Prusia”

(Trager, 2012, p.235).

La actitud rusa durante la Guerra contra Prusia no pasó desapercibido para Austria-Hungría, y en consecuencia, las tensiones entre está y Rusia aumentaron conforme a los años. La Guerra Ruso-Turca (1877-1888) confirmó dicha rivalidad entre ambas naciones, puesto que Rusia emprendió la guerra para expandir sus dominios a costa del Imperio Otomano, pero la intervención de las potencias occidentales le privó de dicho objetivo: sólo obtuvo la región de Besarabia, mientras veía como Austría-Hungría obtenía Bosnia-Herzegovina (Stavrianos, 1958.p 970.).Así pues, a la rivalidad por expandirse en los Balcanes de ambas naciones, se le sumó el movimiento paneslavista: un movimiento político y cultural, nacido de una ideología nacionalista, surgido en el siglo XIX con el objetivo de promover la unión cultural, religiosa y política, así como la mutua cooperación, entre todos los países eslavos de Europa. Dicho movimiento fue apoyado por Rusia en los Balcanes, pero Austria-Hungría la consideraba lesiva para su estabilidad interna, ya que en su seno incluía a eslovenos, croatas y, desde 1878, bosnios” (History Channel, 2012, p.93). Como dice Howard (2002), “Cuando más naciones eslavas lograban establecer su independencia e identidad, tanto más inquietos estaban los Habsburgo respecto al malestar cada vez mayor de sus minorías, y al papel que desempeñaba Rusia alentándolas (p.16)”


Alemania, buscando un lugar en el sol y Gran Bretaña, vigilante de un peligro continental

 El surgimiento del Imperio Alemán en 1870 no alteró las relaciones entre Alemania y Gran Bretaña, que venían siendo por décadas estables: Para Gran Bretaña, “tener a sus adversarios naturales, Francia y Rusia, controlados por una fuerte potencia central resultaba harto conveniente para sus estadistas” (Howard, 2002, p.12).  Bismarck, consciente de lo anterior y del intervencionismo inglés en el continente cuando surgía una potencia que podría complicar los intereses británicos (como ocurrió con España bajo el reinado de Felipe II y Francia con Luis XIV y Napoleón), “logró superar dicha problemática mediante una política en extremo cautelosa y sabía que limitó e hizo visibles los intereses de Alemania y evitó cuidadosamente pisar a las demás potencias” (Haffner, 2006, p.8-9). Sobre todo, cuidó de no generar suspicacias a la potencia global que era Gran Bretaña. Bismark dejó muy en claro la situación del Imperio Alemán cuando en 1887 dijo: “Somos uno de los Estados que no tenemos necesidades que pudiésemos cubrir con el sable” (Haffner, 2006, p.15-16). Y en gran medida, Bismark supo mover las piezas adecuadas, pues Gran Bretaña siempre había sido favorable al mantenimiento de un equilibrio de poder entre las potencias europeas y la política de Alemania no suponía en ningún caso una amenaza desde esta óptica. Para el Imperio Británico, “garantizar la paz, aunque supusiese el aislamiento de Francia (que a lo largo de las últimas décadas había sido más una fuente de quebraderos de cabeza para el Reino Unido que otra cosa), permitía a los británicos seguir centrados en sus asuntos imperiales, que era justo lo que deseaba Bismarck” (History Channel, 2012, p.85)

Sin embargo, el alejamiento del poder del veterano canciller propició un cambio de aires en Berlín. Con el advenimiento de Guillermo II como Káiser, la sociedad y política alemana giró 180 grados: Dice Haffner (2006) “Ya no existía esa sensación de Estado pleno. Había un sentimiento de insatisfacción, de carencia y, al mismo tiempo, se percibía una fuerza creciente. Las ideas de “cambio radical”, de una “Weltpolitik” (política mundial) y de una “misión alemana” se apoderaron del país y generaron todo un clima de resurgimiento y estallido. Aproximadamente a partir del último lustro del siglo XIX toda la orquesta alemana comenzó a tocar de pronto una nueva pieza musical (p.10)” . Los sucesores de Bismark quisieron sustituir el sistema establecido por otro donde “fuera de Europa reina el equilibrio y dentro de Europa reina Alemania” (Haffner, 2006. p.10).

Una burla lo llevó a la guerra; y luego, a la presidencia de Colombia: la guerra de los supremos

La idea que surgió de forma colectiva en sociedad y gobierno alemán, giraba en que el Imperio Alemán debía ser potencia continental, como lo fue Francia con Napoleón o España con Felipe II, pero internacionalmente, tenía que tener una igualdad con Gran Bretaña. No se les ocurrió mejor forma de demostrar que querían una igualdad, que construir una armada comparable en poderío a la inglesa: Dado que el Imperio Alemán contaba con el ejército más poderoso de Europa a finales del Siglo XIX, “no se acababa de comprender –por lo menos no los británicos- porque Alemania necesitaba una armada trasatlántica” (Howard, 2002, p.22) , y es que en 1898, el Almirante Alfred von Tirpitz presentó al Káiser Guillermo un proyecto para que se construyese una flota de combate en el Mar del Norte “que si no pudiese llegar al tamaño de la británica, por lo menos tuviese las dimensiones suficientes para que el enemigo se lo pensase dos y más veces antes de lanzar un ataque” (Haffner, 2006, p.11).

File:HMS Dreadnought 1906 H61017.jpg
El acorazado HMS Dreadnought alrededor de 1907.o. Su botadura ayudó a iniciar una carrera armamentística naval por todo el mundo, especialmente en la Marina Imperial Alemana. U.S. federal government

Ese mismo año se aprobó el proyecto y Alemania comenzó a construir buques de guerra “con una tecnología superior a la de los buques británicos, unos buques que presentaba como necesarios para proteger sus colonias y su comercio” (History Channel, 2013, p.89). La creación de una armada de carácter militar, del mismo potencial e incluso superior en ciertos rubros que el de la Marina Real Británica, supuso en automático un desafío directo de parte del Imperio Alemán al Imperio Británico.

 A los ingleses tampoco les gustó la competencia que el Imperio Alemán emprendió en otras ramas económicas: para comienzos del Siglo XX,

“Alemania ya era el primer productor industrial de Europa, desbancando a Gran Bretaña al tercer sitio a nivel mundial (Estados Unidos había superado al Imperio Británico años antes, pero los vínculos culturales y económicos con su antigua colonia tranquilizaban los ánimos del gobierno inglés)”. En 1913, un año antes del comienzo de “La Gran Guerra”, “Estados Unidos aportaban el 46% de la producción industrial y minera mundial, Alemania 23.5%, Reino Unido 19.5% y Francia 11%”

(Hobsbawn, 1998, p.59).

Howard (2002) sostiene, además, que “Las industrias alemanas habían ya superado a las británicas en la producción del carbón y el acero, y sus industriales, junto con los científicos, estaban protagonizando una nueva “Revolución Industrial” basada en la química y la electricidad” (p.20).

Pero lo que más le alarmaba era el poderío naval que Alemania estaba formado: para los ingleses, la supremacía comercial dependía de la supremacía naval que, en el Siglo XX, Alemania estaba poniendo en duda.

“El gobierno británico también estaba inquieto porque había abandonado hacía tiempo el fomento de su agricultura para centrarse en los sectores clave de la modernización económica, lo que había llevado a que el abastecimiento de los alimentos necesarios para la nutrida población del archipiélago se hiciese por mar”

(History Channel, 2013, p.83).

En consecuencia, un poder naval alemán elevado podría ahogar a la isla en cuanto a la alimentación en un conflicto bélico, y a su vez, desbancarlo de la supremacía comercial y poner en peligro sus colonias distribuidas por los 5 continentes.

La situación anteriormente planteada, llevó a Gran Bretaña a aceptar el desafío de Alemania: “Ahora daba comienzo una “carrera naval” en pos de una superioridad cuantitativa y cualitativa de los barcos, que había de trasformar la opinión pública británica” (Howard, 2002, p.24). Haffner (2006) sostiene que

“Todavía en 1900 Alemania había tenido la oportunidad de sofocar el conflicto recién iniciado con Inglaterra y establecer en su lugar una alianza con este país, alianza que le fue ofrecida; Alemania rechazó la propuesta, dando así a Inglaterra la señal definitiva de que el desafío alemán iba en serio” (p.12).

Sin pensar en las consecuencias, Alemania estaba acercando a Francia y el Imperio Británico a una alianza que unos años después los conducirían a la guerra.


Conclusión

Como se ha planteado en este artículo, la rivalidad de las potencias fue una de las causas que generaron la Primera Guerra Mundial. Europa por siglos fue un escenario de guerras constantes, que generaron rivalidades entre las naciones europeas, y que el paso de los años incrementó dichas tensiones. Con el amanecer del Siglo XX, las causas históricas, económicas, políticas y territoriales entre Alemania, Francia, Gran Bretaña, Austria-Hungría y el Imperio Ruso habían moldeado una rivalidad definida entre dichas naciones, por buscar una expansión territorial, una supremacía o una revancha, que explotó en la Gran Guerra. Dicha rivalidad se reflejó en otros rubros y en otras causas, como se irá detallando en los siguientes artículos.

El equilibrio de la mortandad. Retos y avances de la medicina frente a la I y II Guerra Mundial


Bibliografía

  • Asimov, I (2011). Las Fronteras. El Imperio Romano. Perú: Editorial Alianza
  • Economía Informa. Historia económica mundial 1870-1950. Extraído originalmente de:https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0185084913713379#bfn0050
  • Haffner S (2006). El Alejamiento de Bismarck. Los 7 pecados capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial. Barcelona, España.
  • History Channel, (2009). Austerlitz. Las Grandes Batallas de la Historia (Página 340). España: Editorial España
  • History Channel, (2013). La catástrofe. La Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial al descubierto. España: Editorial España
  • History Channel, (2013). ¿Una época de esplendor? La Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial al descubierto (Página 55). España: Editorial España
  • History Channel, (2009). Waterloo. Las Grandes Batallas de la Historia. España: Editorial España
  • History Channel, (2012). Carlo Magno. Los Grandes Personajes de la Historia (Página 158). España: Editorial History Channel Iberia
  • History Channel, (2013). El abismo bajo los pies. La Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial al descubierto. España: Editorial España
  • Historia de Hungría parte 2-Cronología (Parte 2), extraído originalmente de: https://budapesteshungria.com/blog/historia-de-hungria-cronologia-parte-2/
  • Howard, M, (2003). Europa en 1914. La Primera Guerra Mundial. Gran Bretaña: Editorial Oxford University Press
  • La Guerra de los 30 años, recuperado de: https://mihistoriauniversal.com/edad-moderna/guerra-de-los-30-anos/
  • La guerra de los 7 años, recuperado de: http://enciclopedia.us.es/index.php/Guerra_de_los_Siete_A%C3%B1os
  • Leften Stavros Stavrianos, (1958). Los Balcanes de 1953. Extraido originalmente de: https://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Berl%C3%ADn_(1878)#CITAREFStavrianos1958
  • Paneslavismo. (En Wikipedia). Recuperado (2019, Julio del 2019) de: https://es.wikipedia.org/wiki/Paneslavismo
  • Trager, R (2012). Relaciones Europeas después de la guerra de Crimea. Consecuencias de la agresiva diplomacia europea. Extraído originalmente de: https://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_de_Crimea#cite_note-FOOTNOTETrager2012232-265-464

Autor

+ posts

Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma De Chihuahua.

Comparte
error: El contenido está protegido. Todos los derechos reservados. Guerra Total (2020)