El equilibrio de la mortandad. Retos y avances de la medicina frente a la I y II Guerra Mundial

En cada conflicto bélico y guerra que la humanidad ha atravesado, se ha evidenciado la necesidad de mejorar los tratamientos médicos con los cuales se intervienen a los heridos en los campos de batalla y en la retaguardia. Sin embargo, fue con las grandes cifras de muertos de la Primera y Segunda Guerra Mundial, 10 y 60 millones respectivamente, que se reflexionó hondamente en cómo una medicina poco efectiva pudo representar una condena de muerte para un soldado herido o en más de una oportunidad, dificultar mucho su recuperación. Habiendo dicho esto, en el presente artículo, veremos cómo la medicina se vio obligada a mejorar algunos de sus procedimientos y prácticas, en aras de salvar más vidas durante las guerras mundiales.

Factores geográficos, militares y políticos que impidieron la victoria de Alemania en la Batalla de Inglaterra


Antecedentes

La medicina, durante los años finales del siglo XIX comenzó a profesionalizarse, dejando atrás las viejas prácticas potencialmente insalubres de principios de siglo y del siglo XVIII. Así pues, se puso una mayor atención a la higiene, como en el caso de que se hizo imprescindible lavar las heridas y los instrumentos con agua hervida o en su defecto con vino, con el objetivo de evitar la multiplicación de microorganismos patógenos (como bacterias) que pueden causar infecciones o en el peor de los casos la aparición de la gangrena gaseosa y húmeda a causa de una infección bacteriana, la cual consta de la muerte del tejido orgánico (Entralgo, 1982).

De hecho, en la búsqueda de medios más eficaces para evitar la transmisión de microorganismos potencialmente patógenos, Johan Von Mickulicz, un importante médico cirujano polaco, ideó y empleó por primera vez guantes que fueron esterilizados con vapor (Rodríguez, 2011, pág. 35). No obstante, fue en el 1890 cuando el cirujano William Stewart en el hospital John Hopkins de Baltimore, diseñó guantes de goma que se hicieron de uso obligatorio para todos los cirujanos a partir de 1894 y los cuales impiden la contaminación cruzada entre el personal médico y los pacientes (Rodríguez, 2011).

Es menester añadir que antes de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial, los soldados heridos eran dejados en medio de la lucha hasta terminar el combate o hasta que sus compañeros se armasen de valor y los cargasen hasta las líneas defensivas a causa de que los servicios médicos no eran vistos como entes neutrales, conllevando a que la atención medica tardase mucho más tiempo en responder (Ron, 2010, pág. 73). Por esta razón, fue que en 1864 dieciséis Estados europeos firmaron la convención de Ginebra para salvar vidas y aliviar el sufrimiento de militares heridos o enfermos, reconociendo la necesidad de recoger y cuidar a los militares heridos o enfermos, sea cual fuere la nación a la que pertenezcan (Convenio de Ginebra, 1864). Igualmente, se reconoció la neutralidad y protección de ambulancias y hospitales, lo que les permitía a los servicios médicos un mejor e inmediato manejo de los heridos (Convenio de Ginebra, ,1864).

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Guerra Civil Estadounidense. Proceso de amputación de un miembro. Civil War Society

La Guerra total

Con la llegada de la Guerra Total 1 en el Siglo XX, se generó una movilización de material humano sin precedentes; tan solo en la Gran Guerra, de acuerdo con Milward, 1979 (como se cita en Hobsbawm, 1998, p. 52) Gran Bretaña movilizó al 12, 5 por 100 de su población masculina, Alemania al 15, 4 por 100, y Francia a casi el 17 por 100. En la Segunda Guerra Mundial, la proporción de la población activa total que se enroló en las fuerzas armadas fue, en todas partes, del orden del 20 por 100 (1998, p. 52). De igual forma, en 1914 las potencias iniciaron una movilización masiva de médicos, por ejemplo, Alemania movilizó al 80% de los 33,031 doctores con los que contaba para la fecha (Stevenson, 2014). En Francia, para 1915, cerca de 18 mil médicos respondieron al llamado de la patria y en Inglaterra 11 mil de los 22 mil médicos que disponían prestaron servicio en el campo de batalla (2014).

Evidentemente, ante estas cifras, la cantidad de bajas fue enorme, como en el caso de los franceses, quienes perdieron casi el 20 por 100 de sus hombres en edad militar, y si se incluyen los heridos, inválidos y desfigurados, como los -los gueules cassés («caras partidas»)- solo un tercio de los soldados franceses salieron ilesos del conflicto (Hobsbawm, 1998, p. 34). La misma proporción puede aplicarse a los cinco millones de soldados británicos, con pérdidas que superan el medio millón de hombres que no habían cumplido los treinta años; Gran Bretaña perdió una generación (Hobsbawm,1998, p. 34).

La cifra en las filas alemanas fue superior a las del ejército francés, con una proporción del 13 por 100, incluso las pérdidas modestas de los Estados Unidos fueron enormes: 116. 000, frente a 1, 6 millones de franceses, casi 800. 000 británicos, 1, 8 millones de alemanes y 1,8 millones de rusos. En efecto, las cifras en la Segunda Guerra Mundial serían mucho mayores, como en el caso de los estadounidenses, las cuales fueron un 2, 5 a 3 veces mayor que en la primera, reconociendo que en 1917-1918 los ejércitos norteamericanos sólo lucharon durante un año y medio (tres años y medio en la segunda guerra mundial) y no en diversos frentes sino en una zona limitada (Hobsbawm, 1998, p. 34).

El campo de batalla de la playa de Utah


La Gran Guerra y el impulso a la medicina

En el desolador panorama que trajo consigo la Primera Guerra Mundial, bajo la necesidad de salvar el mayor número de vidas posible, muchos hombres lograron grandes avances en medicina. Uno de ellos fue Sir Harold Gillies, otorrinolaringólogo británico, quien afrontó el desafío de cómo ayudar a todos aquellos mutilados (gueules cassés), hombres que habían perdido sus piernas, brazos, partes de sus caras a causa de las heridas de bala, metralla, etc. Gillies estimuló el desarrollo de la cirugía maxilofacial (procedimiento quirúrgico que se centra en la reconstrucción parcial o total del rostro) que permitió la reconstrucción del rostro de cientos de soldados afectados lo que logró elevar su calidad de vida y reinsertarlos en el ámbito social (Stevenson, 2014). Igualmente, la diferenciación de las heridas, la fijación con placas, clavos y círculos metálicos en el caso de fracturas, la limpieza de las heridas, los colgajos y el uso de tracción, empleado por los ingleses, disminuyeron las amputaciones y la mortalidad (Stevenson , 2014).

Walter Yeo, uno de los primeros en someterse a una cirugía ...
Walter Yeo, un marinero herido en la Batalla de Jutlandia, se le atribuye ser la primera persona que recibió una cirugía plástica en 1917. La fotografía muestra el antes (izquierda) y el después (derecha), tras someterse a la cirugía realizada por Gillies. Wikipedia Commons, uso de dominio público.

De hecho, antes de finalizada la Gran Guerra, muchos hombres morían por diferentes tipos de afecciones, enfermedades, como gangrena e infecciones, pero con los nuevos avances en la medicina muchos con heridas graves pudieron salvarse, como aquellos que sufrían hemorragias “graves”. En este último campo resaltó el joven médico francés Lyon Alexis Carrel, quién logró nuevas mejoras para el tratamiento de los aneurismas y en la cirugía general de los vasos sanguíneos (sutura vascular) y el corazón. (Laín Entralgo, 1982).

A ello se suma que ya en 1737 se registró por primera vez la realización de una debridación como un procedimiento clínico, el cual fue realizado por Le Dran, y posteriormente extensamente aplicado por Desault, Larrey, Perca, Dupuytren y Baudens para el tratamiento de heridas complejas que requerían la excisión (ablación o extirpación) de tejido infectado y muerto (Bennet, 1990).

También se lograron grandes avances en la prevención de las enfermedades infecciosas causadas por microrganismos como bacterias. En este campo, podemos nombrar de nuevo a Carrel, quién junto a Henry Dakin (químico inglés) desarrolló un antiséptico – solución Carrel-Dakin- que fue utilizado con éxito para limpiar y combatir la infección de heridas abiertas (Dakin, Daufresne, Dehelly, & Dumas, 1915).

A la par, en 1904, el Director General de Servicios Médicos del Ejercito, John Goodwin, leyó un artículo en el Royal United Services Institute diciendo que “El futuro éxito de la armada en el campo debe y dependerá, en gran medida, de la eficiencia con que se lleven a cabo las medidas de prevención de la enfermedad” lo cual demostraba la importancia que adquiría el saneamiento en todos los avances médicos de la época (Bennet, 1990). Así Goodwin señaló que la disminución de las tasas de enfermos debía atribuirse a medidas básicas de higiene como lo eran la purificación del agua o la eliminación adecuada de desechos, además de la conciencia general de las tropas sobre la higiene que se debía tener para evitar infecciones (Bennet, 1990)

La ilustración tomada de artículos de The War Illustrated muestran un notable aparato instalado en Potsdam que tenía la capacidad de desinfectar un vagón de tren entero por completo. El vagón en su interior fue utilizado para transportar «casos» infecciosos desde el frente de batalla, y está a punto de ser desinfectado antes de ser puesto en marcha de nuevo, con el fin de proteger a las tropas contra la infección (Bennet, 1990).

A ello se suma el campo de la prevención de enfermedades infecciosas por medio del desarrollo de vacunas, se dice que el departamento de vacunación del Royal Army Medical College preparó y usó alrededor de 23 millones de mililitros de vacunas contra la enfermedad tifoidea y paratifoidea (enfermedades infecciosas) durante los años de la guerra, también se logró una disminución súbita de infecciones por tétanos con la inoculación profiláctica 2 del microorganismo hasta del 90%, y un porcentaje aún mayor se logró con la enfermedad tifoidea (Bennet, 1990).

J.R.R.Tolkien. Cómo influyó la Gran Guerra en su obra

Un avance importante también fue desarrollado por Alexander Fleming, científico británico que estudió la resistencia frente a la Infección generalizada que produce cualquier herida de quien no es atendido a tiempo, como lo es la gangrena gaseosa, y llegó a la conclusión de que los fuertes antisépticos químicos que se utilizaban para limpiar las heridas en el campo de batalla, lo que hacían en realidad era dañar las defensas naturales del cuerpo (Virues, 2008). De hecho, Fleming fue quien abrió el camino para una de las innovaciones médicas más importantes y que veremos más adelante.

No hay que olvidar a Louis Agote, (médico e investigador argentino) quien dio a conocer el método de transfusión con sangre citrada (sangre con citrato de Sodio para evitar que esta se coagule), lo cual, junto a la creación de bancos de sangre y plasma -esencial para la cirugía de urgencia-, obtuvieron en la guerra un impulso significativo que permitió enfrentar con mayor eficacia el shock hipovolémico, el cual se llega cuando la pérdida de sangre es tal que el corazón ya no puede bombear suficiente (Moreira, 2005) (Ver Figura 2).

Otros avances menos famosos tuvieron lugar durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, como lo son el uso de conductores voluntarios de ambulancia, lo cual disminuyó la mortalidad a causa del menor tiempo de transporte de los soldados a centros de asistencia (Tobey, 2018). Tampoco hay que olvidar el desarrollo de la quimioterapia para el tratamiento del cáncer a partir del descubrimiento de que moléculas sintéticas, como gases venenosos, podían matar células normales, con lo cual, después de un gran esfuerzo se logró modificar las moléculas para ser dirigidas a células cancerígenas (Tobey, 2018).

Colección Oficial del Ministerio de Información de la Primera Guerra Mundial, Medicina: Las dos ‘Mujeres de Pervyse,’ Mairi Chisholm y la Baronesa de T’Serclaes conducen su ambulancia a través de las ruinas de Pervyse. Las dos mujeres ocuparon un puesto de primeros auxilios en el frente belga durante la mayor parte de la guerra, 30 July 1917. (Foto por el teniente Ernest Brook)

A futuro se dieron también otros avances en guerras como la Guerra de Corea o Vietnam, donde tuvieron lugar progresos en el campo médico, como lo fue el uso de sangre congelada que, a comparación del tiempo limitado de uso de 21-30 días de la sangre fresca, podía ahora usarse hasta 1 año, el uso de vendajes impregnados en antisépticos y antibióticos, un mejor manejo de los líquidos de los pacientes, incluso el uso de helicópteros para la evacuación rápida de heridos a hospitales con mayor capacidad de atención (Tobey, 2018).

Añádase a esto el campo de la salud mental, en el cual el inglés Charles Myers, en febrero de 1915, identificó y describió lo que hoy denominamos, con varias diferencias, como “trastorno por estrés postraumático” (TEPT), llamado durante la Gran Guerra “fatiga de combate”, “neurosis de Guerra” o “Shell shock”, el cual provenía de la teoría de que los síntomas que sufrían las víctimas estaban relacionados con las explosiones y heridas causadas por los obuses (en inglés Shell), otros los relacionaban con la intoxicación por gases, viéndose como una lesión nerviosa o cerebral; incluso se vio como un acto de cobardía en contra del deber y, de hecho, resulta increíble saber que muchos de los afectados por el “Shell Shock” fueron llevados a juicio e incluso ejecutados por cobardía (Jones, Fear & Wessely, 2007).

Myers publicó varios estudios en la revista The Lancet, donde reflexionaba sobre la naturaleza de la “Fatiga de combate”, llegando a la conclusión de que los síntomas que sufrían las víctimas estaban relacionados con las explosiones de los obuses como un factor de estrés (Jones, et al, 2007). No obstante, no fue hasta el final de la Primera Guerra Mundial y muy avanzada la Segunda Guerra Mundial que especialistas de los países aliados lograron conceptualizar la fatiga de combate como un tipo de trauma psicopatológico asociado a la constante exposición del soldado al tableteo de ametralladoras, explosiones de artillería o constantes muerte de compañeros de armas (Jones, et al, 2007).

Finalmente, el término Shell Shock o Neurosis de Guerra fue prohibido, incluso de las publicaciones médicas, en vez de ello se acuñó el término “trastorno por estrés postraumático” (TEPT) el cual hace parte de los trastornos relacionados con traumas y factores de estrés (DSMV).

La Primera Guerra Mundial dio ese impulso que la medicina necesitaba para poder hacer frente a terribles heridas, enfermedades o padecimientos que los soldados tendrían que soportar. Pero sería en la vorágine de la Segunda Guerra Mundial donde se daría ese gran salto entre las prácticas tradicionales y los avances mucho más modernos.

Foto tomada durante la Primera Guerra Mundial, cerca de Ypres, Bélgica, en 1917. El soldado con el brazo izquierdo vendado presenta una mirada de los mil metros, una manifestación frecuente de la neurosis de guerra. PD-BRITISHGOV.

La penicilina.

En 1928 el microbiólogo inglés Alexander Fleming descubrió que la Penicilina, producida por el hongo Penicilium Notatium, tenía interesantes propiedades. Por accidente mientras trabajaba en el hospital St. Mary de Londres, Fleming notó que aquella sustancia impedía el crecimiento de algunas bacterias como, por ejemplo, el Staphylococcus aureus, la cual puede causar una amplia gama de enfermedades, que van desde infecciones cutáneas y de las mucosas relativamente benignas, hasta enfermedades de riesgo vital, como la steomielitis, que consta de la infección del hueso o médula ósea (Viruez, 2008).

Se cree que la personalidad tímida de Fleming le impidió continuar investigando con aquel hallazgo que finalmente abandonó en 1934. Por esta razón, Cecil Payne, patólogo (rama de la medicina que se encarga del estudio de las enfermedades) y antiguo alumno de Fleming, junto con Howard Florey, continuaron con las investigaciones, uniéndose posteriormente el joven bioquímico Ernst Chain, un refugiado que había escapado de la Alemania Nazi (Sánchez, 2007). En este periodo de tiempo el grupo de científicos logró producir cantidades suficientes de Penicilina como para ser probada en animales (Sánchez, 2007).

Alexander Fleming en el laboratorio bacteriológico de la universidad de Londres. Fotografía TR 1468 perteneciente al Imperial War Museums. Uso de dominio público.

Sin embargo, no fue hasta Febrero de 1941 cuando la penicilina se probó en un ser humano, en este caso el primero en recibirla fue el oficial de policía Albert Alexander, quien presentó una infección producto de un rasguño en la cabeza que se había infectado con las bacterias estafilococos (que pueden causar infección de la piel, de los huesos, de los pulmones, del torrente sanguíneo, entre otras) y con estreptococos (que pueden causar infecciones de la sangre, neumonía y meningitis, entre otros) (Viruez, 2008). La cabeza del paciente estaba cubierta de abscesos y había perdido uno de sus ojos, por lo que se le inyectó una dosis de 160 mg (200 unidades), en poco tiempo la temperatura de Alexander había bajado, su apetito había regresado y la infección había comenzado a sanar; aun así, infección había avanzado mucho, por lo que las cantidades aplicadas no fueron suficientes, por lo que falleció (2008).

Florey tuvo que trasladarse de la devastada Inglaterra a los Estados Unidos, país donde continuó con sus investigaciones, allí consiguió la colaboración de entusiastas investigadores del Laboratorio de Química Agrícola de Peoría, Illinois, para cultivar el hongo y efectuar una producción en masa (Ledermann, 1996). Posteriormente, después del ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de 1941 y con la entrada de Estados Unidos en la contienda mundial, las fuerzas armadas británicas y norteamericanas mantuvieron en el mayor secreto las investigaciones de este fármaco, para evitar que cayera en manos enemigas (1996). El Cirujano Mayor del Ejército estadounidense, James Magee, estuvo de acuerdo en restringir la información; no así en negar el tratamiento a los prisioneros heridos (1996). A saber, según (Viruez, 2008):

Después de varios años de indiferencia por la penicilina, los científicos y hombres de negocios se dieron cuenta de la enorme importancia de la penicilina para combatir las enfermedades, y en el año 1943 las fábricas empezaron a producir penicilina para ser entregado al ejército (pues en este año estaba en toda su crudeza la Segunda Guerra Mundial), con la finalidad de emular a la medicina militar alemana, la cual disponía de las sulfamidas.

Soldado canadiense con un caso grave de pie de trinchera durante la Primera Guerra Mundial. Fuente: Library and Archives Canada/PA-149311 / Bibliothèque et Archives Canada/PA-149311

Para 1944 la penicilina ya era un implemento infaltable para los médicos de combate en el frente, por lo que se produjo en cantidades suficientes para ser suministrada a los ejércitos aliados en los frentes de Normandía, Italia, y el Pacífico, lo que permitió salvar a cientos de miles de heridos y enfermos (2008) La importancia de la penicilina fue tal que, apenas pocos meses después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, el 10 de diciembre de 1945 Alexander Fleming, Howard Florey y Ernst Chain, recibieron conjuntamente el premio Nobel de Medicina. No fue de extrañar, por tanto, que, en su discurso de agradecimiento, los tres galardonados se refirieran a los trágicos años anteriores y que fuera precisamente Chain, judío alemán refugiado de la persecución nazi, quien subrayó con más énfasis:

como miembro de una de las razas más claramente perseguidas en el mundo, agradezco profundamente a la providencia, el que me haya permitido junto a Howard Florey, realizar este trabajo sobre la penicilina, que ha ayudado a aliviar el sufrimiento de los soldados heridos de Gran Bretaña, mi país de adopción, y a los heridos de nuestros aliados, entre ellos muchos miles de mi propia raza, en su amarga lucha contra una de las tiranías más sangrientas e inhumanas que el mundo haya visto jamás

(Ledermann, 1996).

A partir de la Segunda Guerra Mundial, y en conflictos bélicos ulteriores, el empleo sistemático de la penicilina como antibiótico profiláctico hizo que la mionecrosis clostridiana (gangrena gaseosa) dejara de ocupar la primera causa de muerte en los heridos (Moreira, 2005). Durante la Primera Guerra Mundial la mortalidad provocada por heridas fue del 8,1% (de ello, la mitad por mionecrosis clostridiana) (2005), mientras que en la Segunda Guerra Mundial fue del 4,5% y durante la guerra de Corea la frecuencia disminuyó hasta el 2,5%. En la guerra de Vietnam, la tasa de mionecrosis clostridiana fue prácticamente de cero (2005).


Otros avances a considerar

Es muy importante resaltar el valor de las transfusiones de sangre en los heridos, una tarea que en su aplicación en alta mar o en el propio campo de batalla de la primera mitad del Siglo XX fue muy complicada, puesto que la sangre integra no se puede conservar por más de unas semanas, además el tipo de sangre debe coincidir con la persona a la cual se le va transferir (Donovan, 1947).

Por ende, era necesario encontrar soluciones a estas problemáticas, por lo que después de varios estudios liderados por el médico e investigador estadounidense Charles Richard Drew, se comenzó a emplear el plasma de sangre, es decir su parte liquida -en la cual están suspendidos los elementos celulares- a modo de sustituto, salvándose de esta forma millones de vidas.

El bombardeo a Dresde ¿Un crimen de guerra?

Millones de litros de plasma se obtuvieron de la población estadounidense por intermedio de la Cruz Roja y se llevó a los campos de batalla de Europa, África, el Pacífico y Asia. (Donovan, 1947, pág. 699). Durante ese mismo periodo se desarrolló lo que es la fibrina, otro producto de la sangre para combatir de manera eficaz las hemorragias, también se pudo refinar la globulina, un grupo de proteínas de la sangre solubles en agua y que juegan un papel importante en la coagulación de la sangre y el combate contra las infecciones.

En una tienda de campaña construida apresuradamente en Okinawa, los médicos del 10º Ejército de los EE.UU. completan un yeso en un soldado herido por fragmentos de proyectiles. Los asistentes, mientras tanto, administran plasma sanguíneo. Esta fotografía fue tomada el 9 de abril de 1945. (De los Archivos Históricos de Otis, Museo Nacional de Salud y Medicina, Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas, Washington, DC). (Manring, 2009)

Debemos agregar que, a raíz de la naturaleza, extensión y diferentes conflictos en los que se desarrolló la Segunda Guerra Mundial fue necesario un intenso programa de vacunaciones contra importantes enfermedades. Es muy probable que el Toxoide de Tétano sea el más sobresaliente. La vacuna contra el Tétano (Infección bacteriana que ocasiona espasmos musculares dolorosos y que puede provocar la muerte.) se usó masivamente en el ejército de Estados Unidos; de más de 11 millones de movilizados en toda la guerra apenas se presentaron tres casos de enfermos siendo solo uno de ellos en el campo de batalla. (Louis-Guillaud, 2011). Dependiendo del frente al cual el soldado era enviado se aplicaba una serie de vacunas, como, por ejemplo, contra la viruela, tifoidea, fiebre amarilla, cólera, y la peste en ciertas zonas. Las vacunas aplicadas a los soldados que llegaban el frente occidental, no eran las mismas que se aplicaba a los que eran enviados al pacífico.


Sulfamida

No estará por demás traer a colación el uso de la Sulfamida en el ejército alemán; esta sustancia química producto de las investigaciones del científico y bioquímico alemán Gerhard JP Domagk, en la década de 1931, y quien siete años después de este descubrimiento fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina, pero no lo pudo recibir debido a la prohibición del partido Nazi; recién pudo recibirlo en 1947 aunque no se le concedió la dotación económica (Gargantilla, 2019).

El científico comprobó en 1932 que la Sulfamida era muy efectiva para contrarrestar a los estreptococos (grupo de bacterias) y, efectivamente, gracias a este descubrimiento pudo salvar la vida de su pequeña hija que se encontraba al borde de la muerte debido a una fuerte infección estreptocócica (Gargantilla, 2019). Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939, Alemania empezó la producción masiva de Sulfamida, lo cual permitió a los médicos de combate alemanes salvar cientos de miles de vidas, sobre todo a medida que la guerra se tornó más violenta con la apertura del Frente Oriental en junio de 1941 (2019).

Además, hay que mencionar que en el campo de concentración de Ravensbruck, a las afueras de Berlin, médicos de las SS realizaron experimentos con Sulfamidas. Entre julio de 1942 a agosto de 1943 se infectó a varios prisioneros con las bacterias Estreptococo y Clostridium en el que se entorpecía la circulación sanguínea de los sujetos de prueba taponando los vasos de las heridas para poder simular lesiones de campo de batalla. (2019)

Una de las víctimas muestra durante el juicio las heridas causadas por los experimentos. (Cordon Press)
Una de las víctimas muestra durante el juicio de Ravensbrück las heridas causadas por los experimentos. (Cordon Press)

Anotaciones finales

El resultado de todos estos avances en la medicina se vio reflejado en que, por ejemplo, el 95.5% de los heridos se restablecieron, habiendo una tasa de mortandad de apenas el 4.5% para las fuerzas americanas, frente al 8.26 de la Primera Guerra Mundial. La tasa de mortandad post-admisión en hospital fue apenas del 0,1% en la Segunda Guerra Mundial mientras que en la Primera Guerra Mundial fue de 1.68%. Y también es de anotar que en el caso estadounidense esta tasa tan baja de mortandad se debió a su eficaz sistema de transporte aéreo de enfermos y heridos.

Desde el comienzo de la guerra en diciembre de 1941 hasta agosto de 1945, más de 300 mil heridos fueron transportados por aire desde los diversos teatros de operaciones de Europa, África, Asia y el Pacífico hacia los Estados Unidos sin una sola perdida de vida, siendo la distancia promedio que estos pacientes recorrían de 10 mil kilómetros, en 32 horas de vuelo real (Donovan, 1947) En el caso de los alemanes las muertes de soldados post-admisión en hospitales fue apenas del 2,6% hasta 1944; después de esta fecha el sistema médico alemán colapsa (La Segunda Guerra Mundial, 2008).

La derrota gala. Razones y pormenores del fiasco bélico en 1940


Bibliografía

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  • Viruez, J. (2008). Descubrimiento de la penicilina. Scientifica.

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Estudiante de periodismo, redactor y creador del canal Entre Bombas y Trincheras, con más de ocho años de consulta, investigación y lectura de la Segunda Guerra Mundial y diversos conflictos del siglo XX.

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Estudiante de Medicina de XII semestre de la Fundación Universitaria Sanitas, con dos artículos publicados en la Revista Médica Sanitas indexada por Colciencias. Miembro del equipo de escritores de BahaiTeachings.org.

Notas al final

  1. La Guerra Total es un principio constante que, pese a sus ambigüedades, se puede definir como una guerra que se desarrolla sin límite alguno y cuyo único objetivo práctico es la
    victoria total sobre el enemigo. Para cumplir esto, los Estados enfrentados movilizan y fuerzan hasta los límites sus recursos disponibles, sea humanos, militares, industriales, tecnológicos, etc., hasta obtener la derrota del contrario (Hobsbawm, 1998, p. 37) .
  2. La inoculacion profiláctica es una prevención en salud que se usa en enfermedades en la cual, se hace una inoculación, es decir, se induce el microorganismo o infección para que el cuerpo pueda reconocerlo y producir anticuerpos. Así, cuando se genere una segunda infección en sociedad, la persona ya tendrá cierto grado de inmunidad .
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